lunes, 30 de julio de 2012
Abu... mi amor eterno
Mi abuela... Mi abrazo eterno... Mi amor de niña. Mis meriendas. Mis veranos en la quinta. Mi tesoro invaluable.
Cuando era chica perdí a mis dos abuelos, a mis 11 y 12 años. A mis 19 perdí a mi abuela paterna. Recuerdo levemente el dolor de la pérdida. Hoy, con ella, mientras se me esfuma entre las manos, siento que se me rompe el corazón. No distingo si es culpa por sentir que no la aproveché lo suficiente, o simplemente el dolor de haberla disfrutado 30 años y saber que la pierdo adelante de mis ojos.
Cada vez que le sostengo la mano y me mira siento la tristeza de 90 años que saben que están cerca de reencontrarse con sus antepasados, como ella tanto anhela. En su cama de hospital pide por su madre. En su cama lloraba a su padre. Lloraba su destierro de España, la pérdida de su madre de jóven, el abandono, el desarraigo, el dolor de despedirse de su familia a los 26 años para seguir a su marido.
Hoy es consciente de que la vida le duró más de lo que siempre quiso. Estuvo casi 20 años viuda, extrañando a su marido. Tuvo 5 nietos que adoró, cuidó y malcrió hasta el hartazgo. Hoy tiene 2 bisnietas que no disfrutó pero llegó a emocionarse con sus ojos.
Este año me tocaron 2 pérdidas. Una verdaderamente triste: la de un embarazo, el cual lloré con todo el dolor del mundo. La otra, mi abuela, mi Lala... a ella la lloro en vida. La despido y la honro. Porque ella vivió. Ella amó. Cometió errores pero a su manera fue feliz. Y es muy amada. Y hoy todos le sostenemos la mano. Todos la acompañamos. Y queremos lo mejor. Que se vaya en paz.
Ya no sé por lo que lloro. Pero no me alcanzan las lágrimas. Lloro las pérdidas del mundo entero. Todas las siento mías.
Ella respira suavemente, con dificultad y mi pulso tiembla. Cada vez que la miro siento que se agarra fuerte a la vida aunque en realidad quiere irse hace mucho. Si tan sólo fuera como la gran escena de Titanic! Me imagino a mi abuelo esperándola a los pies de la escalera. Y en fila todos sus seres amados. Sus padres, los que aun llora. Sus hermanos y hermanas. Todos sus paisajes de España esperándola en las pupilas de ellos.
Esta imagen no es mi abuela. Mi amor vasco redondito y chiquito. Mi gnomito, mi Teletubbie violeta, nuestra Highlander. Hoy queda su sombra, sus manos violetas por los hematomas, su pelo desarreglado y sus labios resquebrajados y sin pintar. Hoy es la mitad de lo que era.
Si pudiera la pondría entre mis brazos y la lloraría junto al hijo que nunca voy a poder abrazar. Pero no. Sigue acá, luchando.
Te amo, Lala. Te vas a llevar un pedacito de mi vida con vos.
Tu nieta, la única. Tu chiquita.
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